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Vienen de todas partes, de Pocitos y la Unión, de Carrasco y Casabó, de Malvín y del Cordón, vienen de ciudades y pueblos del interior. Hombres y mujeres y demás, sin importar edades, clases ni razas, cual divina fusión. Vienen por frazadas y acolchados, por sus vestidos, por sus banderas y sus trajes, vienen por sus cuadros y sus disfraces y sus incontables dislates. Asoman por Ejido hasta que pintada aparece ella, única e irrepetible, la Gioconda de la eterna sonrisa. Y luego se acercan hasta la inconfundible fachada y ni se presentan, se meten de una no más, porque saben que buena onda van a encontrar; lo saben todos del primero al último, los humildes y los otros, los pintores, los bohemios, lo sabe el vendedor de la calle y el tendero itinerante, la ama de casa, el dueño de la marca, lo sabe el confeccionista, la modista, el artesano… y aún más allá, lo sabe el murguista y el poeta, y tantos más. Son todos ellos los que vienen, y recorren el mítico pasillo en medio de rollos y estantes, y así van sintiendo los aromas, y miran los colores de los trapos, y acarician las sedas de los tactos, y aunque no vean lujos ni espejismos, sienten las caricias del alma. Hasta que se aparece el hombre, don Raúl, el viejo más joven del mundo, el último de los enamorados, y qué tal señora, cómo le va señor, y tiene esto de acá o eso otro de más allá, y espere un minuto no más, que le corto con la tijera hasta los cuatro metros, y acá tiene, suyo, un gusto, muchas gracias por venir, y sonrisa va sonrisa viene, mientras llegan más clientes, y entonces son los ayudantes los que atienden la visita. Y así, sin que nadie lo entienda mucho ni cuenta se dé, se cruzan tiernas historias, las voces se confunden unas con otras, y las charlas se vuelven como salidas de un cuento, como las fotos que cuelgan por los aires: es el fútbol, el carnaval, un sentir popular. Pero ojo que Raúl no se va todavía, aunque sea el primero en llegar, el último en salir, pero el hombre no se va mientras haya gente por ahí, tal es su manía de servir. Hasta que al final todo termina, los que vinieron se van con sus petates y sus regalos, rozagantes y tan felices, siguen su camino hacia otra parte, seguros que muy pronto habrá un volver.